domingo, 6 de febrero de 2011

Diversión segura

Al plantearme el diseño de un plan de seguridad para una zona de ocio nocturno, me viene a la memoria un simpático ejercicio de evaluación sobre riesgos laborales basado en los trabajadores que construían las pirámides de Egipto. Sin duda se trataba de una licencia que se permitió el docente, de una calculada provocación, que buscaba poner al alumno ante el reto de evaluar algo tan extremo como aquellos trabajos forzados. Seguridad laboral y construcción de pirámides, parecen situaciones antinómicas, irreconciliables. Como antinómicos parecen los conceptos seguridad y ocio nocturno. Hay demasiados elementos en la actual cultura del ocio nocturno que difícilmente se pueden conciliar con la seguridad.

Ciertamente, – y aquí viene la primera reflexión al respecto de un plan de seguridad en una zona de ocio – sería oportuno replantearse antes los actuales modelos de ocio. Las medidas a adoptar no deben ser acríticas con el modelo, no deben simplemente aceptar esa realidad e intentar contenerla.

La segunda premisa para encarar un plan de actuación de esa naturaleza, siguiendo el esquema – muy útil – de la prevención de riesgos en el ámbito laboral, es conocer, identificar esos riesgos. Para ello necesitamos una información previa que nos permita el análisis posterior. Y aquí van mis preguntas – malintencionadas - respecto de la zona de ocio sobre la que queremos actuar.

¿Cuál es el aforo total del conjunto de establecimientos regulados por la normativa de policía de espectáculos que se concentran en esa zona de ocio nocturno?

¿Cuántas personas, de promedio, acuden los diferentes días en que se distribuye la oferta de ocio? ¿Qué franjas de edades tienen las personas que acuden? ¿Cuáles son sus hábitos de consumo (de alcohol, tabaco, drogas)?

¿Cuáles son las horas de mayor concurrencia, de mayor entrada y de mayor salida? ¿Cuál es el nivel de cumplimiento de los horarios de los establecimientos?

¿Qué medios de transporte utilizan las personas para acudir a esa zona? ¿Cuántos acuden a pie, en vehículos particulares o en transporte público? ¿Cuántos desplazamientos se producen, hacia o desde dónde? ¿Cuáles son las velocidades promedio de circulación en las vías principales de accesos?

¿Cuántas plazas de estacionamiento público o privado existen para atender las necesidades de los vehículos particulares que llegan a esa zona de ocio? ¿Cuál es la frecuencia del transporte público – si lo hay? ¿Y la capacidad de esos transportes?

¿Cuántos accidentes de circulación ocurren en la zona y las inmediaciones durante las franjas horarias y días en los que hay actividad?

¿Cuánto tarda, de promedio, un servicio sanitario de emergencias en llegar a la zona? ¿Cuántas urgencias médicas “in situ” o derivadas a centros sanitarios se producen? ¿Cuáles son las tipologías de asistencias médicas más frecuentes?

Sinceramente, creo que pocos cuerpos policiales, pocas administraciones públicas con responsabilidad en este ámbito, pueden contestar a la mayoría de estas preguntas.

Las estadísticas policiales más sistemáticas aportarían datos sobre incidentes, delitos, objetos y sustancias intervenidas en controles y en intervenciones, actas de infracción a las normativas de seguridad ciudadana y de policía de espectáculo. Información muy necesaria y útil pero, como hemos podido comprobar, insuficiente.

Son demasiadas preguntas sin respuesta para poder hacer, con un mínimo de rigor, un plan de actuación en una zona de ocio que permita evaluar y prevenir los riesgos. Cómo sino, vamos a intentar eliminar los factores de riesgo que pueden suprimirse directamente, o a evaluar los riesgos que no pueden eliminarse inmediatamente, cómo vamos a planificar la adopción de medidas correctoras.

Probablemente no corresponda a los servicios policiales realizar ese estudio previo pero lo cierto es que, sin esa información, difícilmente se podrá intervenir eficazmente sobre las problemáticas asociadas al ocio nocturno.

Hay que adelantar la línea roja de la prevención a estadios anteriores a la planificación de los controles policiales, anteriores al patrullaje más o menos sistemático, anteriores a la implantación de videovigilancia o al control de la normativa de actividades.

Es, sin duda, un campo de trabajo en el que debería contarse con estudios previos de  investigación criminológica.

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